Valorar mi empresa
Los profesionales de las finanzas corporativas reciben con cierta asiduidad la pregunta en cuestión. Son consultados por amigos, empresarios, conocidos, clientes y un largo etcétera de agentes económicos y sociales que plantean una cuestión, a priori sencilla pero con un grado de dificultad elevado y que no dispone de una respuesta directa.
Al igual que ocurre con múltiples áreas de conocimiento, el pensamiento general de nuestra sociedad tiende a simplificar lo que no comprende y la valoración de empresas es un ejemplo más de este proceder. En cualquier foro, cualquier asesor, abogado, amigo o vecino defiende con vehemencia que el valor de tu compañía es de un cierto multiplicador multiplicado por el EBITDA de tu compañía porque a un cliente o conocido suyo le han pagado eso o porque en el restaurante del polígono industrial en el que se ubica la empresa ha oído que al vecino de la parcela 45B le han pagado ese multiplicador. En cualquier caso, que el valor de una empresa y lo que es más, su precio, coincida o se aproxime a los parámetro que sugiere la ciencia popular es pura coincidencia.
La estimación del valor de una empresa consta de dos elementos uno básico que consiste en la aplicación de métodos de valoración generalmente aceptados y otro, del que generalmente carecen la mayor parte de los que realizan valoraciones, que es el disponer de una extensa experiencia en compra venta de empresas lo que aporta al valorador los elementos clave que los compradores consideran a la hora de establecer el valor de una compañía, definiendo de esta forma un rango de valores próximo a lo que el mercado va a valorar esa compañía.
En cuanto a la aplicación del método de valoración, por ser el método técnicamente más correcto y tener mayor capacidad de recoger en el modelo de valoración los parámetros que afectan al valor, el método de mayor aceptación en la comunidad internacional de negocios es el método de descuento de flujos de caja, y adicionalmente es el método recomendado por AECA (Asociación Española de Contabilidad y Auditoría) y CFA Institute (Chartered Financial Analyst).
Este método determina el valor de la empresa basándose en aspectos intrínsecos de la empresa y su capacidad de generar fondos, considerando no únicamente los fondos generados por las operaciones (como se recoge en el EBITDA de una compañía), sino el consumo de recursos financieros del circulante en función de la evolución prevista de ventas, las inversiones necesarias para el funcionamiento del negocio, así como los elementos, tanto ingresos como gastos que recoge la cuenta de resultados y que realmente no suponen un flujo de caja. Estos flujos de caja se descuentan a una tasa que además del coste del dinero debe considerar los riesgos intrínsecos y de mercado de la compañía que está siendo objeto de valoración.
Mediante la aplicación del método y comparando sus resultados con valores de mercado de empresa similares, podemos concluir acerca del rango razonable de valores en los que se encuentra la compañía.
Sin embargo, cuando alguien realiza la pregunta en cuestión, ¿Cuánto vale mi empresa?, normalmente no te está preguntado por su valor, sino por su precio, y ya lo dijo Antonio Machado, “todo necio confunde valor y precio”.
Existen múltiples factores externos a la empresa objeto de valoración que pueden influenciar su precio y que no son considerados en ningún método de valoración, y es ahí donde es necesario disponer de la experiencia necesaria de mercado para saber evaluar, ponderar y aplicar ese conocimiento al método de valoración.
El valorador debe conocer estos factores y debe saber cómo se está comportando el mercado en el momento de la valoración, en caso contrario podría emitir una valoración no acorde con los precios de mercado. Entre otros pueden influir en el precio de una transacción la coyuntura del mercado (si estamos en una coyuntura compradora o vendedora), el atractivo de la industria en el momento de la valoración (cuanto más “de moda” está una industria, mayor presión al alza de precios), la escalabilidad del negocio, la liquidez en el mercado, la relevancia estratégica de la compañía para el comprador, el coste de un green field respecto al precio de adquisición de la compañía, etc.
Como complejidad adicional, existen determinados tipos de empresas cuyo valor en el mercado no se corresponde en absoluto con los obtenidos por los métodos de valoración generalmente aceptados, ni corrigiéndolos con información de precios de mercado. Son compañías con situaciones en las que la aplicación de los métodos de valoración no recoge el valor del negocio, bien por la fase de desarrollo en que se encuentran, bien por la disposición de un conocimiento o un elemento único o escaso en el mercado, bien por disponer determinadas estructuras de negocio que financieramente penalizan mucho en los modelos de valoración tradicionales que despliegan rangos de valor muy inferiores a los que en realidad el mercado les reconoce. En estos casos los precios / valores de las empresas se deben fijar utilizando determinados parámetros o métricas que normalmente no consideran los métodos de valoración generalmente empleados.
En definitiva, tal y como empezábamos esta reflexión, la pregunta ¿Cuánto vale mi empresa? no tiene un respuesta directa ni evidente. Es necesaria una combinación de conocimiento técnico y experiencia, en la que me atrevería a apuntar que es más importante la segunda que la primera, que permita intuir, identificar y analizar los elementos estratégicos clave que determinan cuan valiosa es una empresa para el mercado.